jueves, 28 de mayo de 2009

Versiones en la caverna

Aprovechando mi breve estancia en Liverpool el pasado lunes, me decidí a buscar The Cavern Club, el mítico escenario donde los Beatles tocaron en casi trescientas ocasiones. De esta forma llegué hasta el número diez de Mathew Street, probablemente la calle más glamurosa del condado de Merseyside. Se trata de una callejuela estrecha donde se dan cita fans de los Beatles, nostálgicos de los 60 y numerosos turistas y curiosos que abarrotan por un instante la totalidad del espacio para hacer las fotos de rigor y desaparecer tan rápido como los flashes de sus cámaras.

Por mucho que uno visite Inglaterra nunca termina de acostumbrarse a los horarios, tan diferentes a los de España. Cuando llegué al club con mis acompañantes se hallaba cerrado, para nuestra desilusión. Los lunes sólo hay Cavern hasta las siete de la tarde. Afortunadamente, justo enfrente se halla lo que parece ser una vuelta de tuerca más a la rueda de explotación del negocio: El Cavern Pub. Abierto desde 1994, y controlado por los mismos dueños que su vecino de enfrente, el pub es una especie de Hall of fame en el que se rememoran los éxitos de la mítica “caverna” desde sus inicios. Desde luego es para presumir: The Beatles, Chuck Berry, The Rolling Stones, Joe Cocker, Elton John, Jimmy Hendrix… y un sinfín de nombres que cubren la fachada del pub y que alguna vez han subido al escenario del Cavern Club para tocar su música.




De esta forma, y tras hacernos las fotos de rigor con la estatua de John Lennon en postura chulesca y despreocupada, nos decidimos a entrar para tomar unas pintas de cerveza y envolvernos del ambiente mítico y algo melancólico del local. Como decía antes, la primera impresión que uno tiene del Cavern Pub es que se trata de una especie de museo reconvertido en bar de copas. Dotado de una iluminación cálida y chillona, el escenario del bar está obviamente diseñado para el acústico, tanto por tamaño como por medios. Se trata de un pequeño espacio rectangular presidido por una gran vitrina en la que se muestran una batería y algunas guitarras de los Beatles y con la que seguramente toda la concurrencia se ha hecho ya alguna fotografía. Nosotros, para no ser menos que el resto, así lo hicimos, provocando que los más temerosos se decidieran también a ser el centro de las miradas por un instante.

Mirando el cartel de conciertos para esa noche me encontré con que en breve iba a hacer aparición Jay Murray. Ex componente de una de las tribute bands más famosas, los Mersey Beatles, Murray ha dejado el grupo – honorable representante oficial de la ciudad durante su capitalidad europea de la cultura en 2008 - para tocar en solitario.

Al poco tiempo apareció en el local con una sonrisa y una guitarra. Vestido de manera muy informal, lejos de los trajes ceremoniosos del cuarteto de Liverpool, Jay Murray es un tipo sencillo que sabe cómo ganarse a un público que, por otra parte, está ya bastante entregado a escuchar viejos temas. Esperando a que el músico se preparara, los demás permanecíamos atentos a un partido de la Premier, que acaba de ganar el Manchester United por tercer año consecutivo.

Y en estas, mientras el Sunderland se jugaba la permanencia ante el Portsmouth, comenzaron a sonar los primeros acordes en la guitarra. Aunque empezó algo frío con algún tema menos conocido de los Beatles, Murray supo ganarse al público con su sentido del humor. No se trataba de un concierto de autor, sino de encandilar a los asistentes con versiones de otros, así que lo mejor que pudo hacer fue volcarse en hacer participar a todos de la música. All my loving, Yesterday, Imagine… y el éxito de la velada estaba asegurado. Son canciones atemporales que llegan a todo el mundo. Wild World de Cat Stevens, Suspicious Minds de Elvis… y el pub entero acompañando al solista con palmas y cánticos aderezados con un brillo en los ojos mezcla entre la emoción de las canciones y el efecto de la tercera cerveza. Fue un recital breve, pero intenso, de un tipo que aprovecha la atmósfera de un local legendario para crear una estupenda fusión entre la música y el público. Los temas escogidos ayudan mucho, por supuesto, pero es que ahí está la gracia de “la caverna”. Recupera para el hoy el ambiente del ayer. Un ratito de nostalgia sana nunca viene mal.

Retorno

Tengo el blog un poco abandonado estas últimas semanas. El motivo es que estoy ocupado por el final del Máster que curso, preparando mi currículum para la inevitable búsqueda de trabajo y también que he pasado unos días viajando por Inglaterra.

martes, 12 de mayo de 2009

Shostakóvich en Madrid

La semana pasada fue mi bautismo de fuego en lo que a la música del compositor ruso Dmitri Shostakóvich se refiere. Primero tuve la oportunidad de ver y escuchar, dentro del programa de actividades de Ibermúsica, un concierto en el Auditorio Nacional de Madrid en el que se interpretaban varias piezas suyas a cargo del pianista ruso Alexei Volodin y del internacionalmente laureado Cuarteto Casals. Concretamente se trataba de los 24 preludios para piano (Volodin), el Cuarteto para cuerda núm. 7, en Fa sostenido menor, op. 108 (Cuarteto Casals) y el Quinteto para piano y cuerda en sol menor, op. 57 (ambos).

Posteriormente vi la proyección de la ópera Lady Macbeth de Mtsensk, que le costó a Shostakóvich una etapa de marginación por parte del régimen soviético, que la acusó de estar vinculada al gusto burgués, muy lejos de lo que debía ser la música del proletariado.

Lady Macbeth de Mtsensk es una obra con una puesta en escena realmente impactante. Basada en un cuento homónimo del escritor Nikolái Leskov, se trata de una historia de una dureza extrema y, en ocasiones, caricaturesca. Es densa y quizá para un neófito en el asunto operístico como yo resulta demasiado compleja como iniciación. No es una historia desde luego que parezca acorde con la férrea dictadura del proletariado bajo la que vivía Shostakóvich, un autor comprometido moderadamente con el Partido Comunista desde el punto de vista político aunque no desde el artístico. Sus mejores obras siempre fueron aquellas que se salían de los cánones recomendados por el régimen.

El concierto en el Auditorio, por otra parte, fue especialmente ilustrativo. La música de Shostakóvich no es la música clásica que acostumbramos a oír habitualmente, sino que se trata de un estilo compositivo que, obviamente bebe de lo anterior, pero que lo retuerce hasta el extremo. Es una música atormentada, estridente, amenazadora por momentos y conmovedora en otros. El sonido de la melodía llena de energía y vigor la sala turbando al público de manera palpable. Especialmente en el caso del Cuarteto para cuerda núm. 7, soberbiamente interpretado por el Cuarteto Casals, uno de los más reconocidos del mundo desde que fuera creado en la Escuela Reina Sofía de Madrid en 1997. El número 7 es un cuarteto dedicado a la primera esposa del compositor ruso, Nina Varzav, con quien mantuvo una relación tormentosa con divorcio y reconciliación de por medio. Nina había muerto unos años antes y se considera esta obra como una despedida en toda regla.

Pese a que la música de Shostakóvich no es fácil de oír e incluso de entender para un principiante, toda esa gama de emociones que se despliega en ella no deja indiferente al que escucha. La unión de Volodin y el Cuarteto Casals para interpretar esta pequeña parte del legado musical que dejó el compositor soviético, entre las vanguardias y el clasicismo romántico, sirve para hacer llegar al público la visión desabrida que Shostakóvich tenía del estalinismo, así como para dar espacio a unas composiciones que forman parte de la parte más experimental de su repertorio. Aun así, este acercamiento necesita algún pequeño empujón más para producirse en plenitud, pues los costosos precios de las entradas quizá tengan también algo que ver en la elevada media de edad entre los asistentes al concierto.



También habla de esto María en ConQdecaja

sábado, 9 de mayo de 2009

Retazos de Córdoba (y III)

En el libro quinto de sus Tratados Morales, Séneca discurre sobre la brevedad de la vida iniciando su perorata de este modo: “La mayor parte de los hombres, oh Paulino, se queja de la naturaleza, culpándola de que nos haya criado para edad tan corta, y que el espacio que nos dio de vida corra tan veloz, que vienen a ser muy pocos aquéllos a quienes no se les acaba en medio de las prevenciones para pasarla”. Sin embargo, a estas quejas el sabio contesta con una sentencia: “Larga es la vida si la sabemos aprovechar”. Y qué mejor forma de aprovechar una vida que llevando a cabo obras inasequibles al paso del tiempo, como es el caso de Medina Azahara.

El autobús que nos desplazó hasta las ruinas de la antigua Madinat-Al- Zahara supone todo un reto para la resistencia auditiva del viajero. Durante el trayecto se reproduce un DVD sobre el monumento cuyo volumen dista mucho de las recomendaciones de la OMS y me obligó a taparme los oídos y concentrarme en la lectura del folleto explicativo mientras llegábamos.


Mandada edificar por Abderramán III, los restos de Medina Azahara están situados unos cinco kilómetros a las afueras de Córdoba. La ciudad se construyó como símbolo del poder del Califa ante sus rivales fatimíes y resto de oponentes políticos. Incluso teniendo en cuenta que sólo se conserva una pequeña parte de lo que fue la urbe, uno puede hacerse una idea sobre cómo era la vida en aquel lugar, sometido al capricho de sus gobernantes máximos y destinada a ser olvidada y posteriormente saqueada durante la Guerra Civil que acabó con el Califato de Córdoba.



En realidad la visita a Madinat-Al-Zahara, nombre en árabe de la ciudad, requiere de un esfuerzo imaginativo, ya que el aspecto que ofrece en la mayoría de su trazado es el de un piso sobre plano. Existen numerosos paneles explicativos para quienes no disponen de la ayuda de un guía que explican lo que antaño fueron las diferentes dependencias del lugar, pero no deja de sentirse uno en ocasiones como esas parejas que se acercan al solar vacío fantaseando sobre dónde va a ir la cocina. No obstante, el conjunto en sí mismo ofrece una especie de halo evocador que permite sentirse casi como el Gran Visir de Abderramán III campando a sus anchas por la ciudad y soñando con ser Califa en lugar del Califa tal y como lo hacía Iznogud en los tebeos de Goscinny y Tabari.

De nuevo en Córdoba al mediodía, comimos en el restaurante Federación de Peñas, que resultó de mi agrado afortunadamente, y por fin pude probar un salmorejo cordobés elaborado como debe de ser. En general fue un sábado de lo más gastronómico, pues dedicamos la tarde-noche a recorrer las diversas terrazas del centro probando todo tipo de tapas regadas con vino de Moriles y cerveza. Para terminar esa noche, descubrimos el Soho, un local de copas situado en la azotea de un edificio junto al Guadalquivir y desde el que se disfruta de unas vistas espectaculares del río y sus alrededores mientras se bebe y se charla tranquilamente. Aunque también se puede bailar, por supuesto. De todas formas, los que no estén dotados de ritmo pueden acomodarse en los sillones, para charlar o para dar rienda suelta a las pasiones al amparo de la tenue luz del local.

El domingo, con pena por el fin de la experiencia vivida, aunque con ganas de ver de nuevo Madrid, regresamos a la Capital cansados por el viaje pero, eso sí, sin perder el tren esta vez.


Para concluir, y a propuesta de Manuel Ortiz, completo mi pequeña crónica con un par de vídeos cortos sobre Córdoba que forman parte de la serie de microespacios "Andalucía es de Cine".



miércoles, 6 de mayo de 2009

Retazos de Córdoba (II)

Continuamos nuestro paseo durante un rato antes de dirigirnos a la Plaza de la Corredera, lugar recomendado para disfrutar de unas bebidas y tapas a bajo precio en la pléyade de terrazas que la inundan a diario. Nos sentamos en una y al instante acudió a atendernos un muchacho marroquí cuyo dominio del español no era precisamente nativo, pero que manejaba los pedidos en una agenda electrónica con sorprendente soltura. Llegado el momento de regresar a la pensión hicimos unos someros planes sobre el recorrido del día siguiente y nos perjuramos que madrugaríamos para poder aprovechar bien el día. Sorprendentemente cumplimos nuestro objetivo. Quien lo iba a decir…

A través de la Puerta del Perdón llegamos al “Patio de los Naranjos” de la Mezquita de Córdoba. Afortunadamente nuestro madrugón hizo su efecto y apenas tuvimos que guardar cola para sacar nuestra entrada y disfrutar del esplendor del arte andalusí. El interior de la Mezquita es básicamente una compleja estructura de columnas de mármol, jaspe y granito que sostienen los famosísimos arcos de herradura bicolores que a uno siempre le vienen a la cabeza al pensar en el monumento. Me llama la atención que las huestes de Fernando III, probablemente extasiados en la contemplación de esta obra apologética del poder califal, no echaran abajo todo para edificar su catedral, sino que simplemente acometieron las reformas necesarias para adecuar la Mezquita a la liturgia cristiana.

Continuamos nuestro recorrido hacia el Alcázar de los Reyes Cristianos, donde Colón solicitó a los Reyes Católicos la financiación para su alocada expedición a las Indias y que más tarde albergaría sombríos destinos como Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición y, después, cárcel civil hasta la llegada de la II República. Allí pudimos admirar no sólo su interior sino también su exterior, pues el Alcázar posee unos jardines que verdaderamente quitan el hipo. Bien hubiera dedicado algo de tiempo a reposar entre naranjos, cipreses y limoneros al abrigo de la sombra, pero mi estómago no perdona ni una sola comida y la petición de sustento se presentó en forma de rugido en mis exigentes tripas.

Y es aquí cuando llegó el momento de probar los manjares de la taberna medieval cuya publicidad habíamos recogido el día anterior. Una de las muchas cosas que aprendí de mi padre es a desconfiar de los lugares vacíos. El ser humano es un animal gregario y gustoso de la aglomeración, más si hay de por medio un banquete. Por eso cuando vi la nula clientela desde la entrada de la taberna comencé a sospechar de forma alarmante. Sin embargo ya habíamos caminado hacia allí y nos decidimos a entrar. Cuando pienso en el Medievo imagino una gran mesa saturada de enormes raciones de comida y bebida. Por eso me decepcionó conocer el tamaño del dichoso solomillo de cebra. Obviamente no había contado con la dificultad y el cargo en el precio a la comida de importación. Así que pese a la decoración, bastante lograda todo hay que decirlo, constaté que los platos no eran nada medievales en lo relativo a cantidad. Tampoco la calidad era demasiada así que salimos de allí conmigo mascullando entre dientes, como cada vez que no estoy satisfecho con la comida, y Belén soportando pacientemente mis lamentos con una sonrisa condescendiente. De este modo, pasamos el resto del viernes visitando diversos rincones de Córdoba y callejeando por la ciudad donde, dicen, nació el filósofo Lucio Anneo Séneca.

lunes, 4 de mayo de 2009

Retazos de Córdoba (I)

Bueno ha llegado el momento de inaugurar la crónica de viajes en este blog. Y lo hago posteando un breve relato en varias entradas de la visita a Córdoba que realicé en el pasado puente de San José, en el mes de Marzo. Espero que lo disfrutéis. No tiene mayor pretensión que la de acercar una visión de la ciudad desde mi modesto punto de vista.



Viajamos a Córdoba porque Belén había mostrado muchísimos deseos de visitar la ciudad hacía unas semanas. Así que yo aproveché la cercanía del puente de San José para organizar el viaje sin que ella lo supiera. Yo había estado allí años atrás, con mis padres. Regresábamos de Extremadura, de pasar unos días en el pueblo de unos amigos, cuando mi padre decidió que podíamos ampliar nuestra estancia fuera de casa unos días más. De aquella primera vez en la luminosa Córdoba guardo el recuerdo de los patios particulares, abiertos de par en par para que todo el mundo contemple la belleza que albergan y que con tanto esmero cuidan sus propietarios. La calleja de las flores, decorando graciosamente los balcones. Y el sol. Un sol radiante que permanece en mi retina desde aquellos días como un retazo indisociable de la ciudad de los Omeyas, señores de Al-Andalus.

Iniciamos nuestra aventura cordobesa con buen pie. Perdimos el tren. España entera sabe que es la primera vez que me pasa algo semejante, por eso probablemente nos sonrió la fortuna y la compañía nos reubicó en un AVE que salía unas horas más tarde; de modo que nos castigamos a permanecer en Atocha hasta entonces. Independientemente de la defensa que se haga de la red de cercanías, hay que reconocer que el tren de alta velocidad proporciona una comodidad absoluta. En hora y media llegamos a nuestro destino cuando apenas nos habíamos repuesto de la modorra habitual que le entra a uno después de la comida.

Temía que la pensión que había reservado fuera un antro cochambroso, por lo barato, pero resultó estar en muy aceptables condiciones. Dejamos todas nuestras cosas allí y salimos a dar un paseo por la ciudad, no sin antes recoger una publicidad sobre una taberna medieval que anunciaba carnes exóticas en su carta. La idea de devorar una cebra me resultaba muy alentadora así que me prometí echarle un vistazo al lugar en los días sucesivos.

Como era ya tarde para visitar monumentos nos dimos una vuelta por el centro histórico. Córdoba es una acogedora ciudad atravesada por un Guadalquivir diezmado y abarrotada por una horda de turistas extranjeros ávidos de recolectar souvenirs made in Spain. La ocasión es propicia, en uno de los cascos antiguos más grandes de Europa, y ninguno de los visitantes pierde la oportunidad de conseguir desde una estrella de David hecha en plata, recuerdo del pasado sefardí de la ciudad, hasta un compendio de cachivaches repletos de color rojigualda y adornados con el omnipresente toro de Osborne.

Guiris aparte, todo se olvida al bajar por la calle de Torrijos y darse de bruces con la Mezquita, que se alza imponente reclamando para sí toda la atención del visitante. Objeto de numerosas ampliaciones y convertida más tarde en Catedral tras ser Córdoba conquistada por las tropas de Fernando III El Santo, se trata sin duda alguna de uno de los monumentos más importantes de España, patrimonio de la humanidad y símbolo de una curiosa manera de entender la convivencia interreligiosa. La Mezquita se alzó tras la expropiación y posterior derribo de la basílica cristiana de San Vicente. Sucesivos emires y califas cordobeses fueron ampliando la edificación hasta el momento en que son los reyes cristianos los que toman el relevo convirtiéndola en catedral, si bien respetando gran parte de la estructura de la construcción.

viernes, 1 de mayo de 2009

A vueltas contra el p2p...

"Esta es la aparente estrategia de la industria: [para actuar contra el intercambio de archivos p2p]

1. Ilegalizar la compartición de archivos
2. Ilegalizar los servicios de anonimización y cifrado
3. Poner en marcha un programa global de vigilancia de Internet operado privadamente para espiar a todo el mundo todo el tiempo, sin una orden judicial, llevado a cabo por los ISP y pagado por los contribuyentes.
4. Finalmente, tener la autoridad para bloquear el acceso a Internet a alguien totalmente, sin la participación de la policía, los juzgados ni ninguna prueba judicial verificable."


Y en estas estamos...

Visto en Port666