domingo, 12 de abril de 2009

Deconstruir Shakespeare

Existe en este Hamlet de Tomaz Pandur una arriesgada propuesta que constata porqué el teatro está entre los sectores menos afectados por la crisis. Merece la pena acercarse hasta las naves del Matadero de Madrid para degustar, como si de alta cocina se tratase, un espectáculo magnífico cuya principal virtud es su composición ligera y su mayor defecto sus alardes pretenciosos, tal y como ocurre en la gastronomía moderna.
Haciendo gala de una escenografía vistosa e imaginativa, el teatro se transforma en una Dinamarca de pasarelas entre charcos y lluvia, iluminada espléndidamente para presentar la corte de Elsinor, donde se suceden las intrigas palaciegas que darán lugar a la más grande de las tragedias, declamada por una compañía irregular de la que surge grande, gigante, una Blanca Portillo que continúa la tradición de mujeres interpretando al príncipe danés que iniciara Sarah Bernhardt.
Comienza la función con un monólogo de la propia Portillo, ataviada como si fuera Toro Salvaje, aporreando un saco de arena y haciendo gala de unas cualidades físicas envidiables. Una interpretación muy completa tal y como lo fuera aquella que hizo con Jorge Lavelli en La hija del aire. Continúa después su labor, aunque de forma desigual el resto del reparto. Enérgico y potente Hugo Silva interpretando a Claudio aunque algo chillón, sereno Félix Gómez y decepcionante Quim Gutierrez, que muestra un físico espectacular en su Laertes pero falto de vigor en escenas clave de la representación. Espléndida y sugerente se muestra Nura Levi haciendo de Ofelia, una mujer consumida por el dolor y la locura.
Pandur resuelve un Hamlet, ejemplarmente traducido por José Ramón Fernández, deconstruyendo la obra hasta sus últimas consecuencias; hasta la desnudez mostrada de forma explícita. Tomando como eje el pecado, el sentido de lo prohibido, de lo erótico, nos habla de venganza, de locura fingida, de ira desenfrenada y de la corrupción moral llevada al paroxismo. Adornado con escenas innecesarias y una simbología demasiado barroca en ocasiones - sobra buena parte de esa coreografía en bicicleta a mayor gloria de Rosencratz y Guildenstern – encontramos momentos de calidad extrema y referencia cinematográfica. Requiere una mención aparte el encuentro entre Hamlet y el fantasma, al que da vida Asier Etxeandía de forma convincente, en un bar que parece sacado de El resplandor, en un ambiente lluvioso y post-apocalíptico a lo Blade Runner. Sin duda alguna el Ray Deckard de la película de Ridley Scott hubiera encontrado acomodo en la tragedia de Shakespeare, o en ese espectacular duelo de esgrima, así tal cual, que se marcan Blanca Portillo y Quim Gutiérrez; tan ceremonial como vibrante.
Si aderezamos todo este despliegue con una banda sonora potente aunque por momentos ampulosa, obtenemos un resultado final donde prima el teatro sobre el kitsch postmoderno, que me daba pánico antes de iniciarse la representación. Una obra revitalizadora que, sin duda, no deja indiferente a la concurrencia y que, por si fuera poco, incluye una sorpresa que da verdadero sentido a aquello de Groucho Marx que decía “he disfrutado mucho de esta obra de teatro, especialmente en el descanso”. Un merecido aplauso.

1 comentario:

  1. Mkmme has dejado impresionada por el nivel intelectual de tu crítica Verdaderamente excelente Me encantaria decirte que iré pero lugo la vida siempre se me cómplice. Entodo caso mil gracias por la informacion. Un abrazo

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