sábado, 9 de mayo de 2009

Retazos de Córdoba (y III)

En el libro quinto de sus Tratados Morales, Séneca discurre sobre la brevedad de la vida iniciando su perorata de este modo: “La mayor parte de los hombres, oh Paulino, se queja de la naturaleza, culpándola de que nos haya criado para edad tan corta, y que el espacio que nos dio de vida corra tan veloz, que vienen a ser muy pocos aquéllos a quienes no se les acaba en medio de las prevenciones para pasarla”. Sin embargo, a estas quejas el sabio contesta con una sentencia: “Larga es la vida si la sabemos aprovechar”. Y qué mejor forma de aprovechar una vida que llevando a cabo obras inasequibles al paso del tiempo, como es el caso de Medina Azahara.

El autobús que nos desplazó hasta las ruinas de la antigua Madinat-Al- Zahara supone todo un reto para la resistencia auditiva del viajero. Durante el trayecto se reproduce un DVD sobre el monumento cuyo volumen dista mucho de las recomendaciones de la OMS y me obligó a taparme los oídos y concentrarme en la lectura del folleto explicativo mientras llegábamos.


Mandada edificar por Abderramán III, los restos de Medina Azahara están situados unos cinco kilómetros a las afueras de Córdoba. La ciudad se construyó como símbolo del poder del Califa ante sus rivales fatimíes y resto de oponentes políticos. Incluso teniendo en cuenta que sólo se conserva una pequeña parte de lo que fue la urbe, uno puede hacerse una idea sobre cómo era la vida en aquel lugar, sometido al capricho de sus gobernantes máximos y destinada a ser olvidada y posteriormente saqueada durante la Guerra Civil que acabó con el Califato de Córdoba.



En realidad la visita a Madinat-Al-Zahara, nombre en árabe de la ciudad, requiere de un esfuerzo imaginativo, ya que el aspecto que ofrece en la mayoría de su trazado es el de un piso sobre plano. Existen numerosos paneles explicativos para quienes no disponen de la ayuda de un guía que explican lo que antaño fueron las diferentes dependencias del lugar, pero no deja de sentirse uno en ocasiones como esas parejas que se acercan al solar vacío fantaseando sobre dónde va a ir la cocina. No obstante, el conjunto en sí mismo ofrece una especie de halo evocador que permite sentirse casi como el Gran Visir de Abderramán III campando a sus anchas por la ciudad y soñando con ser Califa en lugar del Califa tal y como lo hacía Iznogud en los tebeos de Goscinny y Tabari.

De nuevo en Córdoba al mediodía, comimos en el restaurante Federación de Peñas, que resultó de mi agrado afortunadamente, y por fin pude probar un salmorejo cordobés elaborado como debe de ser. En general fue un sábado de lo más gastronómico, pues dedicamos la tarde-noche a recorrer las diversas terrazas del centro probando todo tipo de tapas regadas con vino de Moriles y cerveza. Para terminar esa noche, descubrimos el Soho, un local de copas situado en la azotea de un edificio junto al Guadalquivir y desde el que se disfruta de unas vistas espectaculares del río y sus alrededores mientras se bebe y se charla tranquilamente. Aunque también se puede bailar, por supuesto. De todas formas, los que no estén dotados de ritmo pueden acomodarse en los sillones, para charlar o para dar rienda suelta a las pasiones al amparo de la tenue luz del local.

El domingo, con pena por el fin de la experiencia vivida, aunque con ganas de ver de nuevo Madrid, regresamos a la Capital cansados por el viaje pero, eso sí, sin perder el tren esta vez.


Para concluir, y a propuesta de Manuel Ortiz, completo mi pequeña crónica con un par de vídeos cortos sobre Córdoba que forman parte de la serie de microespacios "Andalucía es de Cine".



2 comentarios:

  1. Curiosamente, Córdoba es la únical capital andaluza que no conozco. Tu reportaje alimenta, desde lueg, las ganas de ir.

    En el segundo vídeo, me ha encantado lo del "crisol de culturas". Hacía tiempo que no lo oía.

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  2. Jajaja Desde luego. Derroche de imaginación de los guionistas oye xDD. Un saludo.

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